Hace algunos años, un matrimonio del Estado de Oklahoma, EE.UU.,
decidió tomarse una noche para matar la rutina. Resolvieron salir a
cenar a la ciudad. Al ser padres de dos hijos y ante las estrictas leyes
estadounidenses con respecto al abandono de menores, ellos llamaron a
su niñera de confianza.
Cuando la niñera llegó, los pequeños ya
dormían. Entonces la empleada se sentó junto a ellos y se aseguró de que
todo anduviera bien. Más tarde esa noche, ella se aburría y fue a ver
la televisión, más no consiguió verla en la recamara porque no había
televisión por cable (los padres no querían que los niños vieran algo
indebido en la televisión). Entonces llamó a sus padres y les preguntó
si podía ver la televisión en el dormitorio de la pareja. Obviamente,
los padres se lo permitieron, pero la niñera tenía una última petición…
ella preguntó si podía cubrir la estatua del ángel que estaba en la
habitación de los niños con una toalla o una manta, ya que la ponía muy
nerviosa. El teléfono quedó en silencio por un momento, y el padre, que
estaba al teléfono con la niñera habló desesperadamente:
“… ¡lleva a los niños fuera de la casa ahora! ¡Estamos llamando a la policía! ¡No tenemos ninguna estatua de un ángel!”
Luego
de cinco minutos de ser avisados, la policía encontró los tres cuerpos
de los ocupantes de aquella casa muertos. Nunca se encontró una estatua.
No había rastros de invasión. Ninguna evidencia, salvo las víctimas que
murieron por golpes con un objeto cortante. El caso nunca fue resuelto y
se convirtió en una leyenda urbana.
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