Es
bastante común que desde pequeños, nuestros padres nos enseñen a
obedecer sus indicaciones, o bien, las de otro adulto, y siempre y
cuando sean para nuestro propio bien. En la mayoría de los casos, los
niños responden extraordinariamente a estas indicaciones, hábito que se
llevan consigo hasta la tumba. Por otra parte, están aquellos niños que,
ya sea por rebeldía o porque les causa curiosidad el saber qué pasará
si no la siguen, ignoran lo que, en el mejor de los casos, se les pide
amablemente. Yo, pertenezco a este último tipo de niños, o pertenecí,
ahora como adulto, son pocas las personas que me dan indicaciones, las
cuales atiendo por educación. Sin embargo, la indicación que se me dió
aquella noche, y el no seguirla, trajeron a mi vida, la única vez que he
renegado de mi incansable curiosidad.
La lluvia de esa noche y
las altas horas que el reloj marcaba, me obligó a hacer una parada en
un motel a la orilla de la carretera, donde tuve que pasar la noche.
Dado que no era una época vacacional, el motel estaba prácticamente
vacío, cualquier ruido provocaba un eco profundo y penetrante, debido a
esto, mis pasos se hicieron oir hasta la recepción, donde se asomó un
joven delgado, cuya expresión denotaba cansancio y cierta inquietud, me
saludó con una voz tímida -Buenas noches, señor- enseguida respondí
-buenas noches, jóven. ¿Me podría proporcionar una habitación?- a lo que
respondió. -Vaya suerte la suya, sólo hay una disponible, ya que las
demás están en mantenimiento, y una… bueno, no importa. Le asignaré la
habitación
Por unas horas logré
dormir, pero volví a despertar cerca de las 7, aún consternado por lo
que había visto. Me dirigí una vez más a la habitación en cuestión y me
asomé por el orificio, esta vez no vi las cosas en orden, ni la cama, ni
a la mujer, sólo observé un fondo complétamente rojo, lo cuál me
pareció extraño, y pensé que tal vez la mujer se había dado cuenta de
que estuve observando y colocó alguna prenda en la puerta para que nadie
hiciera lo mismo. Enseguida recogí mis cosas y fui a la recepción a
entregar la llave. Estaba otra vez ahí el recepcionista, con una
expresión mucho más inquieta que la de anoche y esta vez un tanto
molesta, notó cierta inquietud en mí. Sólo me miró fijamente por un
corto tiempo y exclamó -Miró por el orificio… ¿cierto?-. Su mirada fue
tan penetrante, exigiendomé violentamente la verdad. -Si, lo hice-. Su
expresión ahora se tornó a una de tristeza, suspiró y me dijo -bien,
supongo que no se puede ir con la duda, permítame contarle: Hace dos
años, un matrimonio pasó la noche en esa habitación, el hombre al
parecer se molestó demasiado con la mujer, como si hubieran peleado
antes de que llegaran aquí, esa misma noche, el hombre perdió el control
rompió el espejo de la habitación, y asesinó a la mujer con los pedazos
de este, después de que el cadaver de ella ya hacía en el suelo, frío y
sin vida, le sacó los ojos, con los mismos pedazos de vidrio con los
que le dio muerte. Un año después, una persona que se hospedaba en la
misma habitación en la que usted se hospedó, juró ver a una mujer que se
asomaba por la rendija de la puerta de la habitación donde ocurrió el
homicidio, -¿y era el fantasma de ella?- dije yo -si… y sólo pudo
concentrarse en una cosa- dijo él -¿cuál?- pregunté yo. -… Sus ojos
rojos-.
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